sábado, 18 de junio de 2011

La cosmologia moderna y Dios


El razonamiento estadístico debe ser capaz de eliminar el azar cuando la probabilidad de los sucesos se vuelve demasiado pequeña. Si no, podría invocarse al azar para explicar cualquier cosa. Lo dice William Dembski, matemático y filósofo, para criticar el recurso al azar para explicar la existencia de leyes, orden o vida en el universo. Para el profesor de Texas, sólo si hay suficientes recursos probabilísticos el azar se vuelve plausible. Y, echando mano de los números, hoy la ciencia no puede recurrir al azar para explicar el cosmos. ¿Podría un farsante sentarse a un piano y, por azar, sin saber nada de música, interpretar la Rapsodia Húngara? ¿Podría ser que al menos uno entre millones de monos golpeando una máquina de escribir durante millones de años escribiera el Quijote? Estas y otras muchas preguntas parecidas circulan por las tesis de este científico teísta.

John Polkinghorne, físico matemático del Queen’s College de Cambridge, lo dice de otra manera: aunque la vida no aparece hasta que el universo tiene quince mil millones de años, “el universo estaba preñado de vida basada en el carbono”, pues su estructura precisa es la única que permitiría que esta probabilidad llegara a ocurrir.

Muchos científicos trabajan ahora en lo que llaman la cuestión del ajuste fino. Más o menos significa que en el Universo hay determinados parámetros físicos que, sólo siendo los que son, hacen posible que la realidad haya llegado a ser la que es. Para casi todas estas teorías se requiere un mínimo grado de iniciación científica, pero los lectores pueden encontrar ya obras de carácter divulgativo que facilitan mucho la comprensión de estos nuevos postulados. Robin Collins, matemático, físico y doctor en Filosofía, se explaya en numerosos casos de ajuste fino. El de la masa del neutrón es uno de los más espectaculares: explica que esta partícula tiene una masa de 938 MeV; podía ser muchísimo mayor o menor sin ningún problema, pero si sólo fuera 1,4 MeV mayor, el proceso por el cual las estrellas consumen su hidrógeno para producir helio no podría ocurrir y, por tanto, no habría estrellas ni calor en el universo. Y si esa masa del neutrón fuera sólo 0,5 MeV menos de lo que es, las estrellas no vivirían más de 300 años, lo que claramente es insuficiente para el desarrollo de ningún tipo de vida en un planeta próximo a ellas.

Hasta hace poco los científicos se limitaban a afirmar, siguiendo a Hawking, que el origen del universo era la Gran Explosión. Si había que preguntarse por la causa de esa explosión se recurría a una previa implosión de un universo anterior que, después de expandirse hasta lo posible, se fue comprimiendo hasta convertirse en un diminuto punto de altísima concentración de materia y energía. Así, cada explosión se justificaba con una previa implosión apelándose a una cadena de universos que se expandían y contraían hasta que daban lugar a uno nuevo (teoría del acordeón). De esta manera lo único que se hacía era retrasar la respuesta, y evitarla. Cada vez más, sin embargo, los científicos explican que el universo, o la cadena de universos, es un objeto que tiene un comienzo, y, como tal, necesita una causa. Todos los objetos que tienen un comienzo necesitan una causa. Sólo algo que no fuera un objeto, que no necesitara causa, sería una respuesta válida para explicar el origen del universo. Un ser sin causa, que no haya sido engendrado, es una respuesta científica admisible.

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