miércoles, 12 de octubre de 2011

Entrevista a Raymond Moody

Su estudio empírico sobre cientos de experiencias cercanas a la muerte (ECM) demuestra que estas siguen un patrón.
  -La gente dice que abandona su cuerpo, que lo ven desde arriba, que va por una especie de pasillo, llega a una luz brillante, en la que siente compasión y amor absolutos, que amigos y familiares que han muerto la esperan, y tiene un recuerdo panorámico en el que ve toda su vida; y todo eso sucede al mismo tiempo y de forma instantánea. Y ahora sabemos que esa pauta también la han seguido personas al cuidado de moribundos.

-La mayoría le dijo que no quería volver a la vida.
-Lo que dicen es que no quieren dejar ese estado de consciencia. Unos vuelven porque tienen cosas pendientes, pero no saben cuáles y es frustrante, aunque años después de la ECM pudieran ver el qué; otros pudieron elegir, y la razón más poderosa para volver de cuantos entrevisté fue que tenían hijos pequeños.

-¿No habló con nadie que en vez de ascender a la luz hubiera descendido a las tinieblas?
-Sí, sí. A veces hay experiencias negativas, el problema es que son muy difíciles de estudiar porque son pocas. Según la encuesta Gallup de 1982 sobre las ECM, de ocho millones de norteamericanos que declaraban haber tenido esta experiencia, solo para el 3% fue negativa, y todas variadas, así que no es posible establecer un patrón como en las positivas. Además, el que la sufre no está tan dispuesto a contarla.

-Ante el más allá, ha defendido que importa más la duda reflexiva que una afirmación peregrina.
-Así es. Antes de entrar en Medicina yo era catedrático de Filosofía y de Lógica, y estoy de acuerdo con Platón en que la cuestión de la vida tras la muerte es la pregunta más importante de nuestra existencia y estamos obligados a utilizar tan buen razonamiento como sea posible, conscientes de que es una pregunta muy difícil y no se debe responder con ideologías.

-¿Y usted, qué cree? ¿Hay vida tras la muerte?
-Nunca me vi expuesto a las ideas de la religión hasta que estudié a Platón, así que para mí ha sido un proceso dificilísimo. Pero hace unos años, revisando todo lo estudiado, vi que no me enfrentaba a lo que la realidad me ponía delante. Sí, para mi sorpresa, sí parece que es verdad que hay vida, y con las experiencias idénticas de cuidadores de moribundos se elimina casi por completo que sea un proceso neurofisiológico del cerebro, porque los que están al lado del enfermo también lo viven y no están enfermos.

-¿Persigue dar sentido a la vida o perder el miedo a la muerte?
-Perdí el miedo a la muerte hace muchísimo tiempo y 14 años atrás hubiera estado dispuesto a morir, pero adopté con mi mujer a un niño y luego a una niña, así que quiero quedarme para verlos crecer.

-¿Ha contemplado la trascendencia del hombre?
-Sí, aunque me costó darme cuenta porque no es mi manera normal de pensar. Las ideas de Platón, tan interesado como nosotros en las ECM, han sido muy persuasivas. Y ahora empezamos a desarrollar herramientas racionales para estudiar todo esto. En mi trabajo ha sido básico el rigor, dar solo información verificada por mí y por cualquiera. Para mí es importante poder mirarme al espejo cada mañana y decir «ese es un tipo que no confunde a la gente».

-¿Y qué pinta usted en un foro de ciencias ocultas?
-Educar es muy importante. Me lo inculcó mi padre, cirujano, militar y primer miembro de su familia que iba a la Universidad. Me decía: «Si logras licenciarte y llegas a ser catedrático, tienes una responsabilidad pública de compartir tu conocimiento». Por eso nunca quise confinar mi trabajo a círculos académicos. 

-Parece hecho a todo. ¿Qué le sobrecogió?
-La respuesta del profesor Ritchie, graduado con solo 20 años en Física, la primera persona a la que entrevisté por una ECM. «En la visión panorámica de mi vida —dijo— señalaba todos mis logros académicos y materiales, pero a la luz brillante no le interesaba eso, solo si había aprendido a amar». ¡Un tío tan brillante y sentía que el final de la vida de lo único que trata es de eso, del amor! Me afectó mucho.

http://www.abc.es/20111006/contraportada/abcp-raymond-moody-vida-despues-20111006.html

Entrevista a Raymond Moody

–Su libro más célebre es «Vida después de la vida». ¿Cree que hay vida después de esta vida?
–Hace dos años le hubiera dicho que no tengo ni idea. Ahora, para mi sorpresa, puedo decirle que sí creo que hay otra vida después de la muerte.

–La pregunta es, también, si hay vida antes de la muerte...
–Sí, son malos tiempos, y la mayor calamidad es esa necesidad urgente que tiene la gente por enriquecerse, por tener éxito, por tenerlo todo.

–El gran miedo del hombre es a la muerte...
–Más bien miedo al dolor, al infierno, a la desaparición. A mí me da más miedo la vida que la muerte.

–La fe en la otra vida es una constante en las religiones. ¿Lo suyo es una especie de religión?
–No soy religioso, pero sí tengo una relación con Dios. Rezo por las mañanas y por la noches... y antes de dar una conferencia.

–La mayoría de los que experimentaron la muerte clínica y regresaron tuvieron experiencias comunes, según sus libros. Una: sonidos endebles parecidos a zumbidos. ¿Una especie de campaña electoral de fondo?
–Algo así, ja, ja, ja. Como si hubiera defectos en la transmisión.

–Dos: sensación de paz sin dolor. ¿Le habían pegado al whisky?
–No. Es una sensación más intensa y gozosa que una borrachera.

–Tres: sensación de salir fuera de su cuerpo. ¿Sobre todo los feos?
–Es curioso: dicen que sus cuerpos les parecen poco atractivos cuando los ven desde fuera. No los reconocen, casi. Y no quieren volver a ellos.

–Cuatro: sensación de viajar por un túnel. Y sin billete...
–Nadie pagó peaje en ese trance. Esperemos que no acaben poniéndolo.

–Cinco: sentimiento de ascensión al cielo. ¿Como un astronauta ?
–Hay quien lo ha comparado. Hablan de ser proyectados hacia el cosmos.

–Seis: ver a los parientes fallecidos. Hombre, morirse para ver a la suegra...
–Pues imagínese si uno es bígamo y se topa allí con las dos familias.

–Siete: encontrarse  con un ser luminoso. ¿Angelina Jolie?
–Difícil: está viva. Quizá Marilyn Monroe.

–Ocho: ver una rápida película de su vida. ¿El Juicio Final?
–No les juzgaba nadie. Se juzgaban a sí mismos, o eso sintieron.

–Nueve: aversión a la idea de volver a la vida...
–Claro: allí no hay facturas, ni impuestos, ni dolor. Parece que en la otra vida aún no hay crisis.

–Hasta que Angela Merkel diga que no hay más euros para el Olimpo...

http://www.larazon.es/noticia/543-raymond-moody-me-da-mas-miedo-la-vida-que-la-muerte

Raymond Moody

 Raymond A. Moody, Jr. es médico psiquiatra y licenciado en filosofía.

Raymond Moody es mundialmente famoso por haber escrito el libro Vida después de la Vida, un estudio sobre los fenómenos psíquicos que acontecen en los momentos próximos a la muerte. A este primer libro le siguieron otros, todos sobre experiencias espirituales que podrían tener relación con la supervivencia de la conciencia, como los estudios sobre regresiones, o recuerdos de vidas anteriores.

   El trabajo de Moody se remonta a sus años de estudiante universitario, cuando un profesor suyo le relató una experiencia cercana a la muerte que había tenido, narración por la que Moody sintió una gran capacidad de comprensión, a pesar de no haberla experimentado él mismo. Al cabo de un tiempo, conoció otras personas que habían pasado por experiencias similares, y decidió emprender un estudio sistemático para recopilar las narraciones de estos testimonios y encontrar una base subyacente en todos ellas. Estas experiencias, relatadas por personas que habían sobrevivido a una muerte clínica, tuvieron un gran impacto en la sociedad occidental, dado que el tema del tránsito se había convertido en un tabú, a la vez que numerosas personas que habían atravesado una experiencia similar pudieron compartirla, y conocer que no eran los únicos que habían experimentado esta fenomenología.

Vida despues de la Muerte de Nancy Daninton


sábado, 1 de octubre de 2011

Guillermo del toro escuchó a un fantasma

De buenas a primeras nunca ha visto un fantasma, un espectro propiamente tal. Pero el director de cine mexicano Guillermo del Toro, quien hace un par de lustros cruzó el Río Grande para conquistar Hollywood con una película de vampiros como Blade 2, con una de bichos gigantes como Mimic y, ahora, con un demonio rojo en la esperada Hellboy, sí ha oído fantasmas. Sí. Del Toro ha escuchado almas en pena. "Claro, a los 12 años escuché la voz de mi tío muerto. Yo estaba en la habitación que había heredado de él, en la casa familiar de Jalisco. Y escuché su voz", cuenta al teléfono, desde Los Angeles, California, con voz muy viva.

Lejos de la espectral evanescencia, Guillermo del Toro es uno de los realizadores de cine latino que más se ve y que más ha dado que hablar en el último tiempo, junto a sus "amigotes charros", Cuarón y González Iñárritu.

¿Crees en fantasmas entonces?

Sí, pero no creo que la explicación sea mística. Creo simplemente que existen y más allá de que escuché uno a la edad de 12 años, conozco gente en mi vida personal y familiar que han visto fantasmas y que tienen poco y nada que ver con el mundo de la imaginación en que me muevo.

¿En serio?

Sí, mi abuela que era una mujer profundamente asustadiza de todo lo sobrenatural y que le hubiera encantado pensar que no existían esas cosas. O mi padre, que es un tipo con los pies en la tierra, materialista. Y que yo haya escuchado la voz de mi tío muerto tiene una explicación, si bien desconocida, completamente natural. Hay una película inglesa para TV, Las cintas de piedra y la explicación que ellos dan me gusta mucho. Dicen: "existen lugares que son como grandes magnetófonos de piedra, que graban las presencias y las reproducen a aquellas personas que tienen la frecuencia apropiada. Es una simple reproducción".

Leí que tu predilección por el cine de terror tiene que ver con que de pequeño hiciste un acuerdo con estos "fantasmas" para que no tuvieras miedo a la oscuridad.

Yo vi cosas bastante extrañas, seres bastantes extraños. Supongo que se podría llamar imaginación hiperactiva, pero fue así hasta los 8, 10 años.

Eras como el niño de Sexto sentido, que veía "dead people" (gente muerta)

Un poquito más extremo porque yo no veía fantasmas, nunca he visto uno, pero veía seres bastante mitológicos y aun sin tener conocimiento de la mitología.

¿Y eso fue un detonante para que eligieras el cine de terror?

Bueno, también influyó que desde muy pequeñito veía cintas de terror. Era lo único que me gustaba ver. Ya en la TV o en el cine era lo único que me parecía interesante. No me gustaba otro tipo de cine... Me gustaba mucho el melodrama mexicano.

Frases célebres de creyentes, Douglas Dean Osheroff

Me gusta pensar que hay un Dios que creó el Universo en el que vivo, y pienso que es nuestro destino y responsabilidad entender el Universo que Dios creó; y entender nuestro lugar en ese Universo.
Douglas Dean Osheroff es un físico estadounidense. Premio Nobel de Física en 1996 junto con por el descubrimiento de la superfluidez del helio-3.

La fiesta y la cruzada de Mario Vargas LLosa

Bonito espectáculo el de Madrid invadido por cientos de miles de jóvenes procedentes de los cinco continentes para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud que presidió Benedicto XVI y que convirtió a la capital española por varios días en una multitudinaria Torre de Babel. Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su "adicción" al Papa ("Somos adictos a Benedicto" fue uno de los estribillos más coreados).

alvo el millar de personas que, en el aeródromo de Cuatro Vientos, sufrieron desmayos por culpa del despiadado calor y debieron ser atendidas, no hubo accidentes ni mayores problemas. Todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática. Los madrileños tomaron con espíritu deportivo las molestias que causaron las gigantescas concentraciones que paralizaron Cibeles, la Gran Vía, Alcalá, la Puerta del Sol, la Plaza de España y la Plaza de Oriente, y las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que, animadas por lo que Rubén Darío llamaba "un blanco horror de Belcebú", rezaban el rosario con los ojos cerrados.Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado "la mayor concentración de católicos en la historia de España". La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.

Una de estas tempestades tiene como escenario a España, donde Roma y el gobierno de Rodríguez Zapatero han tenido varios encontrones en los últimos años y mantienen una tensa relación. Por eso, no es casual que Benedicto XVI haya venido ya varias veces a este país, y dos de ellas durante su pontificado. Porque resulta que la "católica España" ya no lo es tanto como lo era. Las estadísticas son bastante explícitas. En julio del año pasado, un 80% de los españoles se declaraba católico; un año después, solo 70%. Entre los jóvenes, 51% dicen serlo, pero solo 12% aseguran practicar su religión de manera consecuente, en tanto que el resto lo hace solo de manera esporádica y social (bodas, bautizos, etcétera). Las críticas de los jóvenes creyentes -practicantes o no- a la Iglesia se centran, sobre todo, en la oposición de ésta al uso de anticonceptivos y a la píldora del día siguiente, a la ordenación de mujeres, al aborto, al homosexualismo.

Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas, que ellas reflejan una realidad que, porcentajes más o menos, desborda lo español y es indicativo de lo que pasa también con el catolicismo en el resto del mundo. Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes). Su trayectoria es bastante curiosa. Fue, en su juventud, un partidario de la modernización de la Iglesia y colaboró con el reformista Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII.

Pero, luego, se movió hacia las posiciones conservadoras de Juan Pablo II, en las que ha perseverado hasta hoy. Probablemente, la razón de ello sea la sospecha o convicción de que, si continuaba haciendo las concesiones que le pedían los fieles, pastores y teólogos progresistas, la Iglesia terminaría por desintegrarse desde adentro, por convertirse en una comunidad caótica, desbrujulada, a causa de las luchas intestinas y las querellas sectarias. El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas.

¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad.

Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.

La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática.

Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/fiesta/cruzada/elpepuopi/20110828elpepiopi_13/Tes