Algunos medios se han hecho eco de los resultados de una nueva investigación que ha intentado explicar las experiencias cercanas a la muerte (ECM) a través de la segregación inusual de hormonas, la alteración del flujo sanguíneo y de los estados neurológicos producida por el pánico.
Dicha investigación ha sido llevada a cabo por científicos de las universidades de Cambridge y Edimburgo y publicada en la revista científica Trends in Cognitive Sciences.
Hasta ahí, todo bien; pero lo lamentable es que lejos de quedarse en una noticia meramente divulgativa, que en realidad no aporta ningún avance sobre qué son ni por qué se producen dichos fenómenos, algunos medios –desde la popular Scientific American hasta algunos periódicos españoles– han tergiversado la información y se han excedido al afirmar de manera gratuita que las ECM forman parte del imaginario popular y que no son más que jugarretas de un cerebro alucinado.
Porque una cosa es que los científicos puedan demostrar que se producen alteraciones y otra, bien distinta, que dichas alteraciones sean las que producen ese tipo de experiencias. Y es que los autores de dicho trabajo lo dejan bien claro. Según el neurocientífico Dean Mobbs, de la University of Cambridge's Medical Research Council Cognition and Brain Sciences Unit, “muchos de los fenómenos asociados con experiencias cercanas a la muerte pueden ser explicados biológicamente”. En ningún caso afirman que dichas experiencias provengan del malfuncionamiento del flujo sanguíneo ni de una hormona neurotransmisora (dopamina). Pero además, decir que las ECM pueden ser explicadas como el resultado de un proceso biológico no es lo mismo que decir que éstas se deban a un proceso biológico. Es un error de lógica que practica mucha gente.
A fecha de hoy todavía desconocemos cómo y por qué se produce una ECM. Tres grandes líneas de investigación científica intentan dar respuesta al fenómeno y especulan sobre sus causas: la de los desórdenes químicos en el cerebro; las que abogan por un estrés psicológico relacionado con la cercanía de la muerte, y las que apoyan la creencia de que las ECM son experiencias reales con componentes trascendentales y espirituales.
Algunos científicos conjeturan que la falta de oxígeno en el cerebro durante la muerte puede conducir a un exceso de actividad en las áreas responsables de la visión y crear alucinaciones. Sin embargo, hay ciertas evidencias en contra de esta hipótesis. En los hospitales es muy común ver pacientes que sufren con los efectos de la reducción de los niveles de oxígeno a consecuencia de enfermedades en un estadio grave de asma o de insuficiencia cardíaca. En estos casos, cuando los niveles de oxígeno se reducen, surge un estado clínico conocido como “estado confusional agudo” cuyo desarrollo dista mucho de las ECM, y cuyos pacientes sufren altos niveles de confusión y fragmentación de los procesos de pensamiento con poca o ninguna memoria. Además dichos enfermos no ven ningún túnel, ni la “luz”, ni describen otros rasgos típicos de una ECM.
Otra razón que desecharía la hipótesis de una alucinación sería la cantidad de detalles descritos por las personas que han vivido una ECM, capaces de recordar las prendas de vestir que llevaba el personal de reanimación, las conversaciones que tuvieron, las notas que tomaron, e incluso la descripción de objetos que jamás hubiesen podido ver desde la cama o camilla, o el relato de acontecimientos ocurridos a distancia.
En algunos casos puede ser posible argumentar que tal vez los pacientes no estaban totalmente inconscientes y, que por tanto, habrían sido capaces de escuchar conversaciones. Aún así, no habrían podido abrir los ojos y, por ende, ver nada, ni tampoco recordar los acontecimientos con todo lujo de detalles. Todo esto, lógicamente, sin tener en cuenta que se trata de personas que según los criterios médicos están en el umbral de la muerte.
Una vez más se plantea la cuestión de cómo el cerebro es capaz de tener recuerdos lúcidos cuando el electroencefalograma es una línea recta.
En definitiva, el estudio apenas aporta nuevos datos relevantes y aún menos concluyentes.
Lo dicho, un suspenso para quienes se hacen eco de esas investigaciones en la prensa sin documentarse correctamente sobre otros estudios ya realizados, y sesgando de manera intencionada sus conclusiones.

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