sábado, 3 de septiembre de 2011

Hombres famosos y el Rosario

El célebre compositor Haydn (1732-1809), maestro de Beethoven y autor de 188 Sinfonías, cuya música es alabada en todo el mundo, decía a sus admiradores: «No me feliciten a mí. La música que compongo me viene inspirada de lo Alto. Cuando me hallo componiendo una obra y siento que de repente se me va la inspiración, mi remedio es tomar en mi mano la camándula y empezar a rezar el Rosario. Después de unas cuantas Avemarías me vienen las ideas y melodías por montones; y a veces en tal abundancia, que no me alcanza el tiempo para anotarlas todas».

Louis pasteur. Un joven universitario viajaba en el mismo asiento del tren con un venerable anciano que iba rezando su Rosario. El joven se atrevió a decirle: «¿Por qué en vez de rezar el Rosario, no se dedica a aprender, a instruirse un poco más? Yo le puedo enviar algún libro para que se instruya». El anciano le dijo: «Le agradecería que me enviara el libro a esta dirección» y le entregó su tarjeta. En la tarjeta decía: «LUIS PASTEUR, Instituto de Ciencias de París». El universitario se quedó avergonzado, había pretendido darle consejos al más famoso sabio de su tiempo, el inventor de las vacunas, estimado en todo el mundo y gran devoto del Santo Rosario.

Alessandro Volta. El inventor de la pila eléctrica asistía cada mañana a la Santa Misa y rezaba cada noche el Santo Rosario.

Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, literatos de fama universal, todos ellos rezaban el Santo Rosario.

Miguel Ángel, pintor y escultor famosísimo, así como Murillo, el pintor de las populares «Inmaculadas»

Mozart, el músico inmortal rezaba de vez en cuando su Rosario. El mismo cuenta en una carta que cuando estrenaron en París su Sinfonía en Sol Mayor, se fue al templo a rezar el Rosario.

Dr. Carlos Finlay (1833-1915). El gran médico cubano que logró detener en el mundo la Fiebre Amarilla, llegó una noche a su casa, enormemente cansado. Ya se iba a dormir, cuando recordó que no había rezado aún el Santo Rosario, el cual nunca dejaba de rezar diariamente, pasara lo que pasara. Comenzó entonces a rezar devotamente su Rosario y mientras tanto, un mosquito daba vueltas zumbando a su alrededor. Después de espantar varias veces al zumbador impertinente, de pronto, como iluminado por la Santísima Virgen, a la cual estaba invocando en ese momento, percibió con precisión y claridad en su cerebro, la idea que lo haría famoso en todo el mundo—que el mosquito era el transmisor de la Fiebre Amarilla.

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